Época: Eco-Soc XVI
Inicio: Año 1500
Fin: Año 1600

Antecedente:
Sector primario



Comentario

El espejismo de la explosión planetaria del mundo occidental, el desarrollo sin precedentes de las técnicas mercantiles y financieras y el liderazgo resultante del mundo urbano en la organización político-social no deben inducir a olvidar un hecho esencial: que a comienzos de la Edad Moderna la agricultura constituía la principal fuente de producción económica y el sector mayoritario de ocupación de la población activa europea, seguido a gran distancia por la industria y el comercio. Estos últimos serían a la larga los agentes de un proceso profundo de transformación que sacudiría los cimientos sobre los que se asentaba la organización económica del Continente, pero entre tanto la Europa preindustrial continuó siendo un Continente eminentemente rural, que en gran medida, por lo que afecta a las técnicas agrícolas, a los niveles de rendimientos del suelo cultivado y a las formas de organización social de la producción conservó las mismas características que el período anterior.
El tradicionalismo de las estructuras agrarias no obstó, sin embargo, para que en el siglo XVI se produjera una fase coyuntural de expansión. El principal de los factores que condicionaron este fenómeno lo constituyó el crecimiento demográfico, que conllevó un aumento de la demanda de alimentos y una mayor presión sobre los recursos naturales. El cambio verificado no fue sin embargo cualitativo, sino tan sólo cuantitativo, pues no afectó casi nunca (con algunas excepciones) a una intensificación de los cultivos, ni a la introducción -casi anecdótica- de nuevas especies, consistiendo tan sólo en una extensión de la superficie cultivada a costa de superficies marginales incultas o a terrenos abandonados a raíz de las grandes crisis demográficas de fines de la Edad Media. El resultado consistió en un proceso de reconquista del suelo arable y de humanización del paisaje rural tras el retroceso de los cultivos que tuvo lugar sobre todo en el siglo XIV como consecuencia de la drástica despoblación que determinó en Europa la peste negra. La expansión afectó al cultivo de los cereales, al que se destinaba la mayor parte de la tierra, pero también a cultivos más especializados, como el de la vid, más orientados a la comercialización de sus productos en los mercados urbanos.

En algunos casos, la dilatación de la demanda interior se vio complementada por la demanda exterior, y ello potenció aún más los estímulos de la expansión agrícola. En Andalucía, por ejemplo, la superficie cultivada se incrementó no sólo como consecuencia del aumento de la población, sino también de la demanda de aceite y vino en el recién abierto mercado americano. Aumentó también en Polonia, quizá en torno a un 25 por 100, como efecto de la demanda occidental de grano. En otras regiones, en las que no operaba el estímulo de la demanda exterior, la extensión de los cultivos es también claramente perceptible. Así, por ejemplo, sucede en el caso de Francia, Inglaterra, los Países Bajos (donde se ganaron al mar importantes superficies para uso agrícola), Italia o Noruega.

Un tercer estímulo para la expansión agraria del XVI fue la coyuntura de precios, en alza por efecto del incremento de la presión de la demanda y de la dilatación del stock monetario en circulación. Aunque los precios altos incidían también de forma negativa en los costos de producción, las expectativas de ganancia espolearon el interés por la agricultura y, en general, la tierra se revalorizó.